El apego es un lazo afectivo y duradero que se establece entre el menor y la persona (o personas) más cercana y significativa para él. El apego no es ni más ni menos que una conducta adaptativa que facilita al menor, como a cualquier otro ser vivo, la supervivencia.
El ser humano tarda mucho más tiempo que otros seres vivos en conseguir cierta autonomía y autosuficiencia; si a nuestro lado no estuviera nuestra madre o nuestro padre durante este tiempo de especial dependencia, es casi seguro que no podríamos subsistir. El apego facilita la aparición de sentimientos de seguridad y confianza imprescindibles para que se produzca un desarrollo adecuado.
Son ampliamente conocidos los estudios de Mary Ainsworth sobre las interacciones madre- hijo durante el primer año de vida que realizó en situación de laboratorio. El objetivo era analizar cómo la actitud de la madre podía contribuir, o no, a dar seguridad al niño.
Después de observar varias situaciones, Ainsworth identificó tres patrones de conducta según el grado de seguridad del niño:
- Apego seguro: Los niños con apego seguro mostraban una clara preferencia por la madre y lloraban cuando se separaban de ella. Eran capaces de explorar el entorno y utilizaban a la madre como referencia segura a partir de la cual moverse.
- Apego evitante: Los niños se comportaban indistintamente con cualquier adulto, sin distinguirlo de la madre. Mostraban ansiedad cuando se quedaban solos y exploraban el entorno sin interactuar con el adulto.
- Apego resistente: Los niños con este tipo de apego, buscaban la proximidad de la madre antes de que ésta se fuera, pero cuando regresaba se mostraban enfadados y agresivos. En general, tenían dificultades para explorar el entorno.
- Apego desorganizado/desorientado: este tipo de apego era el que se utilizaba para referirse a los niños que se mostraban más inseguros y con conductas contradictorias.
permitía predecir el patrón de apego que el niño desarrollaría más adelante. La situación ideal para que el niño desarrollara un apego seguro era aquella en la que la madre estaba atenta a las señales del bebé y se adaptaba a ellas; aceptaba el cuidado de su hijo con agrado y sintiéndose a gusto con ello; entendía que el niño necesita autonomía y no se molestaba por sus pequeñas travesuras, mostrándose accesible en todo momento y pendiente del niño aunque estuviera realizando otras tareas. Dicha situación ideal contribuye a la formación de un apego seguro que permite al niño adquirir confianza en sí mismo y en sus recursos y desarrollarse de forma óptima.
"El éxito con nuestros hijos en un futuro no se medirá por lo que les hemos dado materialmente, sino por la intensidad y calidad de las relaciones afectivas que hemos sido capaces de construir con ellos desde la infancia".
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